viernes, 27 de abril de 2012

Las cosas por su nombre. Una reforma que no reforma.


En Chile existe una tendencia excesiva a designar las cosas por un nombre que no tienen. Debe ser por un efecto cultural que se nos agudiza en los años de escuela cuando asignamos motes a nuestros compañer@s. Esto es casi una anécdota cuando se habla coloquialmente, pero cuando se hacen anuncios presidenciales, parece algo poco correcto.
Vamos al punto. Llamar reforma tributaria al proyecto anunciado ayer a través de los medios por el primer mandatario es, por decirlo menos, un insulto a la inteligencia de los ciudadanos. El proyecto es más bien un conjunto de medidas (la mayor parte buenas medidas) que permitirán recaudar algo más de impuestos. Por tanto no es más que una modificación de procedimientos más que una reforma. Digamos reforma tributaria cuando volvamos a formar un sistema tributario transformando el existente en otro mejorado. No tan solo se trata de un cambio cosmético sino que no necesariamente para mejorarlo.
El objetivo de una reforma tributaria no es para mejorar la redistribución de la riqueza, sino que buscan aumentar tributos para financiar alguna política pública. En este caso, se dijo que para la reforma del sistema educacional. Si se busca esto, debe ser una modificación permanente, sin embargo, se anuncia que el crecimiento del PIB (algo que en una economía globalizada como la nuestra es tan volátil) logrará financiar en gran medida dicho sistema y que, por tanto, aumentar levemente los impuestos a las grandes empresas es suficiente. Lógicamente, economistas relacionados con estas empresas indican que el enfoque de la reforma presentada por el Gobierno atenta contra el crecimiento ya que es dañino para las utilidades retenidas que no se reinvertirán.
Lo cierto es que es una “reforma” muy moderada (ya dijimos, no es una reforma), ya que el actual impuesto transitorio a las grandes empresas (por el terremoto) queda fijado permanentemente y, en consecuencia, el alza ya se encuentra vigente en lo sustantivo.
El resto de la “reforma” incluye una supuesta disminución de los tributos a las personas, principalmente para la denominada ‘clase media’. Lo cierto es que quienes se benefician levemente son más bien las familias cuyos hijos están en colegios particulares, esto es, el 100% de las familias más acomodadas y el 70% de las familias de ingresos medio-altos (4to quintil) y el 40% de las familias de ingresos medios (3er quintil). ¿Redistribución? ¿Equidad?
Una reforma real, debe tener claro las cifras que pretende recaudar y el objetivo. Si es para educación, claramente es insuficiente. Si se dice que financiará el Transantiago, pues alcanza menos para el objetivo principal.
Otro elemento es la recaudación eficiente. Se dice que se eliminarán evasiones importantes. Si es así, excelente. Habrá que ver si el chileno, que por esencia es tan ocurrente, inventará nuevas formas de subterfugios.
Por último, efectuar modificaciones a los tributos para fomentar (y no para financiar) políticas sociales, es un craso error. Resolver los problemas de alcoholismo y tabaquismo mediante aumento de impuestos, es absolutamente innecesario. La justificación en ambos casos es más bien una mayor recaudación por la adquisición de bienes suntuarios y no para provocar un bien deseado (disminución del consumo de sustancias nocivas), ya que sabemos que eso no va a ocurrir. Similar es el caso del impuesto específico a los combustibles. Decir que dichos impuestos resuelven problemas de contaminación y congestión es una falacia que ha quedado más que demostrada. Lo único que provoca es un aumento irreal del precio final de los bienes de consumo (todos los cuales se transportan).
En fin. Una reforma que no es reforma, un aumento de impuestos a grandes empresas que no logran financiar el objetivo de la ‘reforma’, una disminución distributiva de los impuestos que no es equitativa (ni redistributiva). En Chile seguimos llamando de una manera distinta el nombre de las cosas.

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