viernes, 31 de agosto de 2012

¿Por qué no se le cree al Censo 2012?

Cuando se pensaba que la mayor novedad del censo 2012 era el cambio radical de pasar de un census de facto (recuento de toda la población presente) a un census de iure (recuento de toda la población residente estando presentes o ausentes, casi pasó inadvertido para la mayor parte de la población que desconoce las modificaciones de este hecho. Hoy, en cambio, la novedad radica en que nadie le cree a las cifras preliminares entregadas por el INE, aunque esto esté muy estrechamente vinculado a lo anterior.

Empadronar personas que están en un momento determinado en un lugar preciso permite contabilizar a todos los presentes en un tiempo definido. Así, quienes por diversas circunstancias pernoctaron en otro lugar, quedaban registrados fuera de sus residencias. Empadronar personas independientemente de si están o no presentes pero que residen en un lugar determinado, permite distinguir, efectivamente a los habitantes de un espacio geográfico particular. Lógico es pensar que existen más errores en el primer tipo de censo que en el segundo; sin embargo, parece que algo resultó mal.
Los cuestionamientos al cambio de tipo de censo comenzaron cuando suspicazmente se dijo que el gobierno quería aumentar las estadísticas de empleo al contratando directamente a los censistas (más de 20.000 en todo el país), que no querían arriesgarse a un boicot de los estudiantes (principales encuestadores en censos anteriores), y que no querían perder un día de productividad del país (los días censales eran feriados) para no mermar la macroeconomía.
Hoy los cuestionamientos están en que las cifras preliminares entregadas (16.572.475) no cuadran con aquellas estimaciones que proyectaban una población residente superior a los 17,3 millones de personas. Luego, no es infrecuente escuchar historias cercanas de personas que nunca fueron encuestadas, sea porque nunca un censista golpeó la puerta o porque en más de tres meses la dinámica de las mudanzas y la movilidad laboral evitaron ser censado en un lugar. La sospecha entonces es, se suponía que los habitantes en Chile éramos poco más de 17 millones y ahora resulta que “apenas” somos 16 y medio millones. Aún más, el INE advierte que como nunca, se llegó a empadronar a más del 98% de las viviendas. Un margen de error de 2% podría implicar que unas 340.000 personas estén ausentes en el conteo, pero una diferencia de entre 650 y 800 mil personas en más que un margen de error. ¿Qué pasó entonces?
Las proyecciones se hacen en función del crecimiento intercensal agregando siempre un factor de corrección de tendencia. Chile había crecido a una tasa anual de 1,25% entre 1992 y 2002 (1.768.031 personas se incorporaron a los habitantes en el territorio nacional en ese período). La tendencia, desde 1982 es a crecer a tasas cada vez más bajas, por tanto, el crecimiento proyectado para el período intercensal 2002-2012 debió ser inferior a esa tasa de 1,29% y, sin embargo, las proyecciones del propio INE indicaban una tasa superior. El error entonces, estuvo en la proyección y no en el resultado preliminar del Censo 2012. Aún así, la tasa anual de este período intercensal 2002-2012 es de 0,97%, muy por debajo de lo esperado por los propios demógrafos. Por tanto sí existe una diferencia; menor a la que se supone, pero diferencia al fin.
Es extraño, por ejemplo, que el crecimiento de las viviendas (conteo que se realiza previo al censo y realizado con más precisión) haya crecido en un 30,1% y que la población sólo un 10,1%. Entre el año 1992 y el 2002 el crecimiento de las viviendas también fue mayor (30,7% versus 13,5%), sin embargo –aquí está el meollo del asunto– fue un censo de hecho que sólo cuenta personas presentes y no residentes, por lo que este censo debió haber contabilizado un mayor porcentaje de habitantes.
Otro elemento extraño es el cambio en la tendencia del índice de masculinidad (relación de hombres por cada 100 mujeres). La tendencia en los censos anteriores fue al aumento de este índice (96,1 el año 1982, 96,3 el año 1992 y 97,0 el año 2002) y, sin embargo, el resultado preliminar del censo 2012 rompe la tendencia disminuyendo la relación a 94,7. Puede ser un efecto del cambio del tipo de censo, no obstante, un cambio tan drástico requiere de más explicaciones a fin de evitar más confusiones e incredulidades en los datos.
Por último, es importante destacar que siempre los datos preliminares son luego corregidos. El año 2002 se entregó una cifra preliminar que al año siguiente cambió levemente. Lo extraño es que normalmente disminuyen las cifras en vez de aumentar (al limpiar duplicaciones).
En síntesis, estos resultados siembran más dudas de lo esperado, pero todo tiene una explicación. Es de esperar que sean pertinentes y oportunas ya que esto no contribuye en nada a la alicaída credibilidad del gobierno.

En búsqueda de la felicidad


Aparentemente todas las sociedades, en distintas épocas, han procurado la felicidad, a través de distintos medios y para diferentes fines. Hoy, seguimos en búsqueda de este estado emocional y se procura medir a través de fórmulas que tratan de objetivar un concepto de suyo tan subjetivo como intangible y anímico e individual. Incluso, algunos se aventuran a plantear la felicidad como deseo político para nuestra sociedad. Así, inmiscuidos en los exacerbados procesos materialistas de una sociedad de consumo, los chilenos buscamos la felicidad, tal vez sin siquiera saber qué buscamos.
En la cultura occidental la felicidad es considerada un estado de ánimo efímero, o al menos transitorio, que se produce tras alcanzar logros deseados que se relacionan con la autorrealización, la autosuficiencia, la afiliación y el reconocimiento, entre otros niveles de satisfacción de necesidades superiores que se mueven entre el eudemonismo y el hedonismo. Por alguna razón, las sociedades contemporáneas han equilibrado los logros con la adquisición de bienes generando constantes y repetitivos estados de satisfacción a través del consumo, lo que ha llegado a equivaler a la felicidad que experimentan comunidades como la nuestra. Hoy somos felices mientras más bienes tenemos. Pero aún así, no somos felices, aunque podamos experimentar constantemente estados de ánimo de satisfacción y alegría.
Como antítesis, los religiosos plantean que la felicidad se debe buscar en comunión con Dios. Y bien, es posible que para muchos devotos la felicidad la hallen en la experimentación de bienaventuranzas bíblicas o bien el descubrimiento de la iluminación o del nirvana. Pero qué ocurre con la sociedad laica o aquella que busca otras fórmulas de felicidad; aquella que es permanente y no emocional ni efímera y que está relacionada con lo más intrínseco del ser humano: la armonía interna manifestada en una sensación de bienestar duradera.
De esta forma, la felicidad, tan disímil conceptualmente como individuos pueblan la faz de la Tierra se debe buscar dentro de cada uno y no en el colectivo. Por tanto, sostener que los objetivos de la sociedad del futuro se orientan a la búsqueda de la felicidad a través de los procesos generados por la organización política y los sistemas económicos es una falacia. El político, más bien, debe procurar generar un estado colectivo de bienestar entendido literalmente como el estar bien y no procurar la felicidad de los integrantes de la sociedad. En un estado social de bienestar, la felicidad individual (y por sumatoria, la colectiva) es más fácil.

lunes, 13 de agosto de 2012

Chile entre dos realidades paralelas


Cuando algunos advierten sobre el término de las movilizaciones estudiantiles y marchas ciudadanas en razón de la proximidad de las elecciones municipales, argumentando que los votos (a diferencia, a su juicio, de las manifestaciones sociales) definirán la dirección en la que el país quiere avanzar, se cometen yerros imposibles de no advertir. Sin duda es una mirada bastante miope respecto de lo que la sociedad (incluyendo en ella a quienes incluso desean estar fuera de ella) parece querer. En efecto, parecen haber realidades paralelas que no están en sintonía, no dialogan y no se conocen. Es que el divorcio entre un sistema político estático y cómodamente indiferente y una sociedad que avanza dinámicamente a pasos agigantados hacia una apertura cultural y social es, a ratos, mundos opuestos separados por un abismo.

Primeramente, es axiomático que los resultados de una elección municipal no determinarán en absoluto los lineamientos estratégicos que guiarán los destinos de Chile. Por una parte, la gente sabe que un alcalde poco y nada puede hacer frente a los temas país (léase salud, educación, medioambiente, economía, sistema político, etc.), por tanto no está en juego la dirección de desarrollo que el país quiere. Además, el cambio de la ley electoral, donde quien quiere vota, merma absolutamente la premisa en que todos somos iguales y que el voto es el único mecanismo para definir la representación del ‘pueblo’. Máxime, cuando es justamente el sistema electoral y su fórmula de representación lo que ha deslegitimado el sistema político: el sistema no hace que todos los sufragios valgan lo mismo.
En este contexto, cuando el estado de derecho construye una democracia poco y nada representativa ni participativa, se debilita y termina por sucumbir. De esta manera, mientras una realidad paralela demanda seguir un camino, la otra, la que tiene por mandato gestionar la soberanía, insiste en seguir otro diferente, incluso opuesto. La falta de percepción es tan grande que se ha perdido la capacidad de comprender que la sociedad no sólo no está representada desde el punto de vista electoral, sino además, los representantes gestionan justo lo contrario a lo que se quiere. Ahora, desde la ciudadanía tampoco se comprende, efectivamente, que la única alternativa –en el marco de nuestro estado de derecho (construido y administrado de espaldas a la ciudadanía)–  para efectuar un cambio radical que permita que las realidades paralelas se conozcan es a través de las urnas.
Las sociedades se construyen a partir de las manifestaciones culturales que los colectivos elaboran y exteriorizan. Dichas manifestaciones son dinámicas a partir de procesos de intercambio social, transculturación y aculturación y generan una estructura social que también es dinámica, aunque algo más rígidas que las manifestaciones culturales ya que supone la acción de llegar a acuerdos que se expresan en normas de convivencia. Esta estructura social, a su vez, desarrolla un sistema económico que comporta una división de las actividades productivas y, a partir de las relaciones de poder causadas por la estructura social construida se organiza un sistema político cuya máxima expresión es el estado de derecho.
En Chile, todo lo anterior ha sido impuesto: el sistema económico, la organización política e incluso, por derivación (y sin planificación real) una estructura social. Siendo así, es claro que, al menos, parte de la sociedad, los más conscientes, los que tienen claridad respecto de los síntomas, del diagnóstico y del pronóstico, parecen querer otras vías para desarrollar los cambios que permitan dirigir los destinos del país hacia otros derroteros. El problema es, entonces, cómo se hace para que quienes reconocen en el sistema político, económico y social del país una situación impuesta y, por tanto, inválida, modifiquen el sistema desde dentro. Es cómo pedirle al agnóstico que reniegue de Dios.
Cuando algunos advierten sobre el término de las movilizaciones estudiantiles y marchas ciudadanas argumentan que estos actos generan desigualdad al imponer –a veces– ciertos temas en la agenda en desmedro de otros. Es cierto. Sin embargo es justamente el mismo sistema el que promueve estas acciones. El lobby es un ejemplo, y en esta actividad si que existen desigualdades y poderes fácticos actuando. Los agnósticos del sistema no reconocen otra forma.

viernes, 3 de agosto de 2012

Prohibir por prohibir. Prohibido prohibir.


Un verdadero ataque de prohibinistis aguda afecta a varios congresistas (bancada médica) y ONG en Chile. Parece ser que algunos parlamentarios (que poco tienen de representantes) y ciertos líderes de ONG que supuestamente se arrogan el título de representar a los ciudadanos han llegado a la conclusión que justamente los ciudadanos somos idiotas. En virtud de esa estupidez que nos aqueja, han decidido vedar ciertas libertades. Ello tiene una doble lectura: mientras por una parte prohíben, tampoco entregan alternativas; y en segundo término, mientras prohíben ciertas conductas humanas y sociales, otras, igual o más perniciosas, son absolutamente dejadas de lado. El punto es ¿dónde está el límite donde el Estado decide por uno? Ese límite no existe; es una frontera amplia donde el bien común choca con los derechos privados y en ese espacio se discuten ciertas barbaridades, demagogias a veces populares y otras veces desprestigiadas.
¿Por qué se prohíbe la marihuana y no el tabaco? ¿Por qué se desea prohibir la venta, a todos los menores de edad, de ciertos alimentos?


Claro, cuando se prohíbe algo que no tiene alternativas (o substitutos como se diría en economía), se coarta completamente la libertad del individuo a decidir, a elegir. Creo preferible el monopolio a la inexistencia de oferta.


Es cierto, muchas de las intenciones de prohibir ciertos productos son absolutamente honestas y bien intencionadas. Sin embargo, quitándole responsabilidad a la gente (y tratándola como idiota) no se consiguen solucionar los problemas que teóricamente se buscan mitigar. Aquí el diagnóstico es correcto, el problema es concreto, tal vez las causas no están bien determinadas y, peor aún, las propuestas de solución están claramente erradas.


El problema no es la adicción al cannabis, es el narcotráfico que se produce justamente por su prohibición. ¿Y que hace el Estado por los drogadictos? Las políticas de rehabilitación en Chile son un chiste…de mal gusto.


El problema no es que existan cadenas de comida rápida que expenden productos altamente saturados en grasa. El problema es que el Estado no educa a los padres en el consumo saludable de alimento para sus hijos. La obesidad infantil es una problemática nutricional cuyas causas están en los hábitos alimenticios, no en la oferta de alimentos.

Es contradictoria esta sociedad que aboga por la no discriminación (arbitraria) y abre espacios para la tolerancia, pero que, al mismo tiempo, restringe la libertad de los individuos de elegir. Pero claro, la libertad individual tiene límites. Los derechos de los demás y, por sobretodo, el bien común. Es allí donde se sustentan y encuentran justificación muchas de estas prohibiciones. Pero el inconveniente es que se intenta poner el foco justamente en ello, cuando el verdadero problema y sus causas, como ya se mencionó, son otras.