miércoles, 30 de noviembre de 2016

El sentido de la inmigración

Muchos se preguntan qué sentido tiene que nuestro país esté abierto a la inmigración extranjera cuando no sobran los empleos, no se ha superado la pobreza, tenemos tantas necesidades y, por definición los recursos son escasos y tenemos que distribuirlos entre tantos (aún cuando la repartición en Chile es de las más desiguales del mundo), en fin, qué sentido tiene ser tan indulgentes con los inmigrantes, tan complacientes con expatriados, tan  humanitarios…
Por supuesto que nos 'consta' que los que llegan son “mayoritariamente” delincuentes, “lo que botó la ola” de otros países que están peor que nosotros. Por lo demás ellos viven “apiñados” en condiciones insalubres, “son tan bulliciosos”, todos “tan buenos para la parranda”, además que “comen con tanto aliño que llegan a ser hediondos”, pareciera que “les gusta vivir así”; son de “mal vivir”.
Ante tanta opinión no puedo sino escribir unas líneas… En nuestros quinientos años de historia, nuestro país no ha sido nada más que un territorio que ha recibido constantemente inmigrantes. Todos somos hijos de inmigrantes. Europeos primero (españoles, alemanes, italianos, etc.), desde 1541 hasta el día de hoy; africanos luego en los siglos XVI y XVII; árabes y chinos más tarde; y latinoamericanos más recientemente, desde el siglo XIX hasta hoy. La mayor parte de ellos (no los ilustres que aparecen en los textos de historia y que luego formaron la aristocracia criolla, aunque muchos de ellos tenían el mismo origen), no provenían de las mejores familias ni de la nobleza, venían de la plebe (y de la más baja). Por tanto, si en los últimos años hemos lamentablemente adquirido eso que se llama nacionalismo del rancio, déjenme decirles que nuestra nación es de inmigrantes. Contarles también que nuestras fronteras se crearon recién hace sólo 200 años a partir de la desintegración del Imperio Español en América, pero que hasta hace menos de dos siglos nacer en Chile, en Argentina, en Perú o en cualquier otra parte de Hispanoamérica no tenía un real sentido de nacionalidad.

Decir también que la delincuencia efectuada por extranjeros residentes no es ni por mucho mayor a la que efectúan nuestros propios connacionales, ni siquiera cercana. Nuestros niveles de desempleos son los más bajos de la región y del mundo (y no me voy a extender en el nivel de flojera del chileno promedio, porque eso daría para largo). Si muchos inmigrantes viven en condiciones insalubres es porque no tienen recursos ni medios, ni redes (ni familiares, ni sociales, ni gubernamentales) para mejorar estas condiciones. Si comen distinto es porque han desarrollado culturas culinarias distintas; aquí cabe recordar que muy pocos platos criollos son 100% creación nacional, ni la empanada, ni la cazuela, ni nada de lo que estén pensando se creó en Chile; y hoy ya somos el segundo país consumidor de ají de gallina, cebiche, lomo saltado y otros platos “tan aliñados”. Si hasta los restoranes chinos han ido disminuyendo ante la llegada de locales peruanos y colombianos.

La cultura chilena ha sido, es y será siendo una amalgama de diversas culturas. Impedir y restringir que este proceso de transculturación se desarrolle es absurdo e insostenible. Podemos regular, controlar, pero nunca se podrá reprimir.

Por décadas hemos sido una sociedad tan discriminadora que ya ni siquiera sabemos por qué somos así si no conocemos nuestras propias raíces. Resabios del machismo, homofobia, clasismo y racismo aún nos brotan por los poros. Preguntémonos entonces cuál es el sentido de restringir la inmigración que ha dado origen a nuestra propia cultura.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Lecciones de la elección de Donald Trump

Es irracional suponer que el electorado vota de manera racional. El ciudadano sufraga en función de hechos que le afectan directamente, no de acuerdo a principios societarios o relacionados con la vida en comunidad, los derechos civiles u otros; salvo que se forme parte de minorías o de grupos discriminados (los cuales, como es lógico, son minoritarios a la hora de sufragar). Incluso, aún formando parte de esas minorías, sea por arribismo o por ser desclasado, algunas de estas personas votan de forma “aspiracional”. Esto último es el ejemplo de los latinos que votaron por Trump, muchos de los cuales pudieron haber permanecido por largo tiempo de manera clandestina en EEUU, pero una vez establecidos legalmente, su actuar es como el del norteamericano anglosajón promedio: quieren cumplir su “sueño americano” y que nadie más pueda interrumpir el camino al éxito (por tanto, no más inmigrantes). Finalmente, la gente vota por su interés propio, por su metro cuadrado.

Saber leer lo anterior nos enfrenta al menos a tres escenarios: 1) encauzar estos anhelos y ambiciones individualistas a través de los canales institucionales que permitan matizarlos debidamente con los derechos comunes y con el sentido de nación colectiva y no como una suma de individualidades (aunque la mayoría de ellas tengan un mismo patrón); 2) enfatizar estas mismas aspiraciones a través de medidas populistas de modo de capturar y mantener la aceptación política de la masa irracional; y 3) hacer caso omiso a estos deseos y codicias, propugnando valores y principios sociales, fomentando (y pretendiendo) que el votante actúe de manera más racional, a través de medidas paliativas.

Una segunda lección es que el populismo (el segundo escenario antes descrito) es un buen movilizador de votantes cuando el contrincante se inclina por el tercer escenario antedicho. Una vez instalado en la Casa Blanca, es lógico pensar que el discurso de Trump será algo más moderado, con los altibajos que su personalidad le permita. Sin embargo, es también irracional suponer que sus medidas más extremas puedan ser implementadas; y si ello ocurre estaremos en un contexto histórico absolutamente distinto al que hayamos presenciado en la historio reciente, lo cual escapa a cualquier análisis. Es más probable que Trump sea recordado en una década más como el empresario que mejoró la economía interna de EEUU pero que desmejoró las relaciones internacionales, que aquél que promovió una discriminación desatada contra los latinos, los musulmanes, los afroamericanos o cualquier otra minoría. Y es que el votante de Trump no lo hizo por sus propuestas segregacionistas sino por su personalidad: un empresario exitoso (deshonesto, con malas prácticas y libertino) que puede llevar a “Hacer grande a América otra vez”.

Frente a lo anterior, el establishment ha quedado debilitado. Promover candidatos(as) pertenecientes a la oligarquía política (aunque sean el mal menor), que se inclinan por fomentar el tercer escenario, apoyados por partidos que propugnan valores y principios sociales pero que se mueven al borde de la corrupción con tal de conservar sus puestos de poder, claramente es promover un candidato que no tiene sustento y que no concita el voto (la abstención es un castigo a ello).


Llevado todo lo anterior a nuestra pequeña e imperfecta sociedad, nos debe hacer reflexionar sobre quiénes serán los mejores candidatos para la elección del 2017, qué ideas, valores, principios y medidas pretenderán implementar, qué escenario elegirán, qué hará el establishment de derecha y el de la Nueva Mayoría. Qué harán los movimientos "ciudadanos". Las lecciones están allí. Las resoluciones son de ellos. Pero cuando el votante decida finalmente, no lo culpen.