La
primera semana de mayo, cuando Adimark entregó los resultados de su encuesta de
evaluación del gobierno, y el presidente Piñera caía a su nivel más bajo de
aprobación con un 26%, al oficialismo se le cayó el mundo encima. Una semana
más tarde, los resultados del estudio de opinión pública semestral del CEP
terminaron por desmoralizar a los más optimistas del gobierno con el magro 24%
de aprobación. En términos generales, ambas encuestas evidencian una misma situación
–que ya no puede ser negada por nadie– la calificación o evaluación al
gobierno, al presidente, al poder legislativo, al oficialismo y a la oposición,
en general, a toda la clase política, está por el suelo.
Lo
que sorprende de esta fotografía social es que no se logra una explicación para
esta evaluación negativa y, en consecuencia, aparecen especulaciones y
reflexiones de todo tipo. Ésta es una más.
Con
Piñera, tras ser electo con el 51,6%, la derecha celebraba por primera vez,
desde que Jorge Alessandri el año 1958 ganó las elecciones con una mayoría
relativa (31,5%), llegar a ocupar la Moneda. La celebración era grande (se hablaba del
“desembarco”) a pesar del estrecho margen de votación y de haber sido el
presidente electo con menor cantidad de votos desde 1989 (poco menos de
3.600.000 sufragios). ¿Qué hizo que la derecha superara su tradicional 40%). Lo
cierto es que en ese momento no se supo leer lo que la ciudadanía dictaminó: parte
del margen de votantes que el 2010 se inclinó por el candidato de la Alianza , habiendo votado
tradicionalmente por candidatos de la Concertación , no lo hizo por Piñera, lo hizo para
castigar a la Concertación
(junto con el importante electorado que invalidó su sufragio o simplemente no
votó). Otro grupo de electores lo hizo porque el candidato de la Concertación no era
de su agrado (el eslogan era “Frei ya tuvo su oportunidad”). Y otro grupo lo
hizo porque Piñera encarnó lo que la sociedad estaba exigiendo desde entonces:
un cambio en el sistema. Piñera hizo un ofertón irresistible para estos
electores. Hoy muchos de ellos se retractan. ¿Quién no conoce algún arrepentido?
En
ese escenario, Piñera llegó a la
Moneda y mantuvo su adhesión durante casi todo el año 2010,
incluyendo su peak en octubre cuando con éxito salieron los 33 mineros desde
las entrañas de la mina San José. Luego, la mediática exposición del presidente
y de su ministro estrella terminaron por saturar a parte de los ciudadanos. A
nadie le gusta una persona que anda por la vida enrostrando sus logros sin
humildad. Desde diciembre de 2010 y hasta hoy, el presidente nunca más superó
el 50% de aprobación (desde mayo del año pasado no sube del 35%). ¿Por qué?
Creo que la respuesta no es una sola.
Parte
de la ciudadanía se desencantó del presidente. Los ofertones no llegaron…
publicidad engañosa. Y allí está la famosa “letra chica” de las leyes sociales
del oficialismo. Parte de este efecto se debe a que los sistemas
comunicacionales del gobierno dejan mucho que desear y, por otra parte, al
constante vapuleo de la oposición a cada iniciativa gubernamental.
Por
otra parte, se critica duramente el hecho de que el gobierno carece de manejo
político. Esto que podría parecer sólo una crítica desde la oposición, tiene
efectos reales cuando frente a los conflictos y movimientos sociales, el
gobierno parece errático y, en vez de solucionar con convicción las problemáticas.
Parte de la ciudadanía lo percibe así y aparecen algunos de los atributos que más
se le critican al presidente: autoridad (43%), capacidad para resolver
problemas (45%), liderazgo (40%). Lo anterior lleva a la pérdida de confianza
(29%) y del respeto (34%).
Aquí,
claramente, si un presidente no cumple lo prometido y no es claro en su gestión,
no es creíble (30%), y, por añadidura, no es querido (31%).
Otra
parte de la ciudadanía, la parte más conservadora que tradicionalmente ha
votado por la derecha, siente que este gobierno no es un gobierno de derecha
propiamente tal. El SERNAC financiero, la reforma tributaria, entre otros, son
muestras de aquello. La UDI
no deja de patalear por ello y con razón. Piñera no es creíble ni es querido.
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