Era lógico suponer que el mismo día del censo habría discusiones
bizantinas acerca de la cantidad y tipo de consultas del cuestionario y sobre
la forma y el fondo del proceso, en razón de la siempre presente
procrastinación de nuestra sociedad. Y así fue. De este modo, periodistas, comentaristas,
sociólogos, y todo tipo de “opinólogos” coparon la agenda noticiosa con
comentarios tan fuera de lugar y retrógrados como infructíferos sobre el
proceso desarrollado el 19 de abril pasado. Ni siquiera me referiré a aquellos
que malintencionadamente utilizaron el censo para fines politiqueros, de uno y
otro lado (claro que hubo más resentidos que panegiristas).
Primero aclarar que el censo 2017 era –desde el 2015 se dijo que así
sería– un censo de hecho (la foto del momento censal) y abreviado. Esto último
en razón de que el fallido censo de 2012 resultó impreciso por “baja” proporción
de viviendas alcanzada a distintas escalas geográficas y presentó yerros en la
toma de algunos datos; en consecuencia, se utilizaría este nuevo censo para
complementar los datos ya obtenidos el 2012 y asegurar la validez estadística
de los datos demográficos más duros (volumen, composición etárea y por sexo,
migraciones, fecundidad, nivel educacional, etnia y situación laboral), los datos
de vivienda más importantes (tipo, materialidad y saneamiento) y número y
composición de los hogares. Todos los demás datos, más bien de carácter
cualitativo, se expandirán de los ya recolectados y de otros estudios del
propio Instituto Nacional de Estadísticas (INE).
Pues bien, el primer cuestionamiento que se oyó fue el del número y
tipo de preguntas, lo básico y corto que fue el censo y –por añadidura– el
despilfarro de recursos para algo tan sencillo, paralizar el país por algo tan
simplón, un atentado contra el PIB. Para la mayoría de los críticos baste decir
que si el censo de 2012 se hubiese hecho bien, éste no se habría tenido que
efectuar; para el resto de los críticos, valga la aclaración del párrafo
precedente. El hecho es que la mayoría de la gente esperaba un cuestionario más
extenso, probablemente se quedaron pegados con el video de Wiki Toki y Coke
Santamaría con sus 42 preguntas, lo cual me hace reflexionar acerca de la forma
en que la gente se informa.
Un segundo cuestionamiento periodístico fue el de la cobertura del proceso censal, lo que dio para una cuña y potencial titula: “el censo fue malo porque hubo muchas casas sin censar”. Primero explicar que ningún censo tiene una cobertura del 100% (tal vez en Mónaco, donde habitan unas 32.000 personas); sin embargo, la validez del censo es abarcar más del 95% del universo (del total de viviendas). Considerando que se estima en más de 5,5 millones las viviendas del país, que falten 200.000 no debiese afectar importantemente la calidad de la información recolectada. El problema es la cobertura a escala local, es decir, al interior de las comunas también debiese haber una representatividad mayor al 95%, que es lo que falló –entre otros yerros– el censo de 2012. En 2002 se terminó de censar en julio las viviendas faltantes para completar la cobertura mínima, por tanto, no es de extrañar que hoy existan muchas viviendas sin censar. Pero con lo que ya se obtuvo, aparentemente, ya se logró la meta mínima (el 95%), sólo falta asegurar una mayor cobertura en ciertas comunas (hubo fallas en algunas comunas de Santiago y en comunas rurales de la Región de la Araucanía).
Otro comentario majadero fue el de muchas personas que no fueron
censadas durante la mañana sino durante la tarde: “estuvimos toda la mañana
esperando y recién nos vinieron a censar a las cinco de la tarde; no pudimos ni
salir”. A estas declaraciones sólo precisarles que el feriado era justamente
para el censo; si se planeaba aprovechar de salir, pues nunca se entendió por
qué era feriado. Cero conciencia cívica.
Luego estuvieron las quejas de quiméricos quijotes de derechos e
ideales: feministas, progresistas, defensores de derechos de minorías y de diversas
causas. Todos ellos rezongando por algunas preguntas del censo. Primero, que la
red pública de agua no es pública sino privada. Esto es cierto, pero así se
denomina a la infraestructura de agua potable que llega a las viviendas desde
la vía pública, por tanto, tal vez sería conveniente haber puesto “red de agua
potable” para evitar estos repliques. Otra queja fue la de tener que definir un
jefe o jefa de hogar. Ello se ha hecho en todos los censos anteriores, sin
embargo hoy en día –cuando se están trastocando muchos valores y tradiciones
centenarias– tiene una connotación distinta. Si bien da para mucho análisis
sobre cómo se debe determinar esta jefatura (el/la que más aporta a la economía
familiar, el/la que toma las decisiones más relevantes del hogar, el/la que los
demás miembros de la familia reconocen como tal, etc.), lo importante es
determinar una persona con un cierto rol en la familia para definir las
relaciones de parentesco de todos sus integrantes a fin de definir las
tipologías de hogares: unipersonales, nuclear simple, mono parentales,
extendidas, etc.; simple y nada que ver con que es una pregunta “machista”.
Luego está el disgusto de algunos por la definición del sexo de las
personas. Algunos se quejaron por no tener más alternativas que las clásicas
hombre/mujer y otros por la forma que emplearon los censistas en su determinación
–a su propio arbitrio o consultando al informante–. Respecto de los primeros,
señalar que la consulta no es sobre identidad de género sino sobre el sexo; por
tanto, en el caso de transexuales vale el sexo que tienen en la actualidad.
Distinto es el caso del travestismo y similares, allí se debiera haber
contestado por el sexo biológico; sin embargo, para efectos de la tipificación,
valía lo que el informante definiera y no lo que el censista pudiese haber
creído.
Respecto de la consulta sobre pertenencia a algún pueblo indígena, el
hecho de “considerarse” es amplio y ambiguo. Allí vale, nuevamente, lo que el
informante hubiese declarado. Claramente no es lo mismo “considerarse
perteneciente a un grupo” (consulta en 2012 y 2017) que “ser perteneciente a un
grupo” (consulta en 2002), ya que la primera da para interpretaciones. Similar
era lo que ocurría en otros censos con la consulta sobre religión: una cosa es
profesar una religión y otra es tener una religión (aunque no la profese
necesariamente). Son consultas que se deben mejorar para obtener un dato
fidedigno.
Finalmente, no faltó quien se protestó por la pregunta sobre la
situación laboral. Aquí hubo tres situaciones; la primera sobre la
identificación de un trabajador/a aunque sólo hubiera trabajado a tiempo
parcial o incluso sin contrato (cuestión que no se consulta), la segunda sobre
la determinación de los cesantes, y la tercera sobre el trabajo no remunerado
de quienes efectúan labores domésticas. Sobre lo primero, es efectivo que el
censo (y demás instrumentos de definición de la situación laboral) determinan a
los trabajadores/as aunque hubiesen efectuado labores gratificadas durante un
período breve de tiempo y no en forma permanente. Por tanto es necesario
mejorar esta determinación con consultas adicionales que permitan definir de
manera más precisa la situación laboral. Respecto de lo segundo, si bien no
estaba en las alternativas la cesantía, ésta se define en función de quienes
buscaban empleo (por primera vez o habiendo tenido antes, aunque esta
segregación no estaba en las alternativas). Finalmente, respecto de los
quehaceres domésticos, si bien la alternativa estaba, muchos señalaron que lo
correcto era “trabajando sin pago para un familiar”. Esto último es incorrecto
ya que el hecho de trabajar para un familiar sin pago implicaba luego definir
un lugar de dicho trabajo (empresa o institución), ya que se refiere a aquellas
personas que, por ejemplo, trabajan en el negocio familiar sin recibir
remuneración; y no implicaba cuestionarse si las labores domésticas constituyen
un trabajo en sí o no (el feminismo contumaz).
En fin, el censo da para mucho. Tal vez éste no sea el mejor censo de
la historia (no pretendió serlo), pero aparentemente sí funcionó bien, porque
se hizo “a la antigua”, de hecho y con mucha participación de la ciudadanía que
aún quiere creer que las instituciones funcionan: 500.000 censistas (un 3% de
la población) que aún tienen esperanzas en el sistema.