miércoles, 9 de noviembre de 2016

Lecciones de la elección de Donald Trump

Es irracional suponer que el electorado vota de manera racional. El ciudadano sufraga en función de hechos que le afectan directamente, no de acuerdo a principios societarios o relacionados con la vida en comunidad, los derechos civiles u otros; salvo que se forme parte de minorías o de grupos discriminados (los cuales, como es lógico, son minoritarios a la hora de sufragar). Incluso, aún formando parte de esas minorías, sea por arribismo o por ser desclasado, algunas de estas personas votan de forma “aspiracional”. Esto último es el ejemplo de los latinos que votaron por Trump, muchos de los cuales pudieron haber permanecido por largo tiempo de manera clandestina en EEUU, pero una vez establecidos legalmente, su actuar es como el del norteamericano anglosajón promedio: quieren cumplir su “sueño americano” y que nadie más pueda interrumpir el camino al éxito (por tanto, no más inmigrantes). Finalmente, la gente vota por su interés propio, por su metro cuadrado.

Saber leer lo anterior nos enfrenta al menos a tres escenarios: 1) encauzar estos anhelos y ambiciones individualistas a través de los canales institucionales que permitan matizarlos debidamente con los derechos comunes y con el sentido de nación colectiva y no como una suma de individualidades (aunque la mayoría de ellas tengan un mismo patrón); 2) enfatizar estas mismas aspiraciones a través de medidas populistas de modo de capturar y mantener la aceptación política de la masa irracional; y 3) hacer caso omiso a estos deseos y codicias, propugnando valores y principios sociales, fomentando (y pretendiendo) que el votante actúe de manera más racional, a través de medidas paliativas.

Una segunda lección es que el populismo (el segundo escenario antes descrito) es un buen movilizador de votantes cuando el contrincante se inclina por el tercer escenario antedicho. Una vez instalado en la Casa Blanca, es lógico pensar que el discurso de Trump será algo más moderado, con los altibajos que su personalidad le permita. Sin embargo, es también irracional suponer que sus medidas más extremas puedan ser implementadas; y si ello ocurre estaremos en un contexto histórico absolutamente distinto al que hayamos presenciado en la historio reciente, lo cual escapa a cualquier análisis. Es más probable que Trump sea recordado en una década más como el empresario que mejoró la economía interna de EEUU pero que desmejoró las relaciones internacionales, que aquél que promovió una discriminación desatada contra los latinos, los musulmanes, los afroamericanos o cualquier otra minoría. Y es que el votante de Trump no lo hizo por sus propuestas segregacionistas sino por su personalidad: un empresario exitoso (deshonesto, con malas prácticas y libertino) que puede llevar a “Hacer grande a América otra vez”.

Frente a lo anterior, el establishment ha quedado debilitado. Promover candidatos(as) pertenecientes a la oligarquía política (aunque sean el mal menor), que se inclinan por fomentar el tercer escenario, apoyados por partidos que propugnan valores y principios sociales pero que se mueven al borde de la corrupción con tal de conservar sus puestos de poder, claramente es promover un candidato que no tiene sustento y que no concita el voto (la abstención es un castigo a ello).


Llevado todo lo anterior a nuestra pequeña e imperfecta sociedad, nos debe hacer reflexionar sobre quiénes serán los mejores candidatos para la elección del 2017, qué ideas, valores, principios y medidas pretenderán implementar, qué escenario elegirán, qué hará el establishment de derecha y el de la Nueva Mayoría. Qué harán los movimientos "ciudadanos". Las lecciones están allí. Las resoluciones son de ellos. Pero cuando el votante decida finalmente, no lo culpen.

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