Mientras seguimos subestimando el «poder» de las
redes sociales, ocurren acontecimientos comunicacionales en ellas que me causan
asombro, pero que trataré de analizar a continuación.
Es interesante constatar que los mismos fenómenos de
comunicación que han ocurrido durante siglos, a través de las redes sociales ocurren
más rápido, con mayor agresividad y con mayor ignorancia. El juego del teléfono
(iniciar un tema que termina negativamente amplificado), el método de Joseph
Goebbels (mentir y mentir que algo quedará), y muchas otras estrategias comunicacionales
cercanas al arte del engaño y la difamación, se replican casi a diario en las
redes sociales, condimentadas con fuertes dosis de incultura, necedad y analfabetismo,
que suelen ser el caldo de cultivo más fecundo para ciertas campañas
publicitarias o propagandísticas.
Cuando estos elementos se unen a causas altruistas,
benéficas o, lisa y llanamente, filántropas, pueden llegar a ser absolutamente imposible
revertir el efecto y volver a la situación no manipulada, objetiva o neutral (o
cercana a ello) original o primaria, dados los argumentos obstinados, inexpugnables
e intransigentes que se manifiestan una vez que se hecha a correr la bola de
nieve por la pendiente.
El reciente caso del #NoALaCazaDePerros es uno de los casos más patéticos al respecto. No
me referiré al fondo del tema ya que me preocupa más el fenómeno comunicacional
(pleno de memes, trolleos y otros artilugios de tuiteros y aficionados a las
redes) que el tema sanitario-ecológico, por denominarlo de alguna manera.
Sorprende, por ejemplo, la ignorancia que se evidencia
en muchos de los comentarios, ignorancia respecto de la forma y del fondo. En
el ejemplo, que una ley permitirá la caza de perros (y en una sociedad que en
un 88% vive en ciudades, significa, en el mejor de los casos, matar perros vagabundos),
que dicha ley fue promulgada por una persona en particular (en este caso, la
presidenta, como si el Parlamento no fuera el que legisla), y no que se trata
de un decreto basado en una ley ya existente (de la cual escasamente se comentó
en las redes al momento de su refundación). Y claro, con tanto animalista, una
norma de esta naturaleza es obvio que causaría escozor inmediato.
Esta ignorancia está sustentada en una serie de
falsos elementos puestos a disposición de los ya ignorantes internautas. Y obviamente,
nadie cuestiona con lógica y sensatez tales elementos, sino que se hace eco de
ellos. El resultado es un “NO” rotundo a una iniciativa que (cuestionable)
tiene un objetivo preciso (cuya precisión se puede discutir, como los 400
metros de distancia a un centro poblado) con un sujeto particular (perros
asilvestrados), el cual quedó absolutamente oculto en la discusión y que
resuelve –en parte– una problemática particular (que nadie discute porque es
más grande la bola de nieve). Es más, luego los medios de comunicación se hacen
parte, y es allí donde se valida lo discutido en la ignorancia de las redes, y
se acepta como cierta toda información de dudoso origen. Y se convocan
manifestaciones –algunas resultan y otras no– y se llaman a hacer “funas” o
directamente a amenazar personas.
Imaginémonos por un momento que el tema en cuestión
fuera un tanto más relevante, como la discusión sobre el aborto terapéutico, o
el conflicto con Bolivia. Al parecer, las redes amplifican nuestras propias
falencias como sociedad y no resulta un vehículo positivo para discusiones relevantes.
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