Ya habíamos comentado que las personas actúan sobre el uso los bienes
comunes de manera irracional, cuestión que Hardin ya nos había explicado http://suciedadglobal.blogspot.com/2012/07/participacion-ciudadana-y-el-bien-comun.html. Ello
no es difícil de comprobar, por ejemplo, en los efectos que se manifiestan en
los espacios comunes de muchas comunidades de edificación vertical: ascensores
sin mantención, falta de aseo, cortes de electricidad y de agua, deterioro de
áreas verdes y otros equipamientos e infraestructuras. Pero hay casos más
extremos en el que el comportamiento colectivo requiere de un análisis
sociológico más profundo: la manera irracional (incluso más aún) con que las
personas actúan sobre bienes públicos –creyendo que son bienes comunes–.
Hace algunas semanas un grupo de vecinos de la paradigmática
Remodelación San Borja y sus alrededores, han difundido por algunos medios, que
el moderno parque que encierran sus torres “va a ser destruido por la
Municipalidad” por la ejecución de un proyecto denominado «Museo Humano». La
iniciativa municipal considera la instalación de un gran número de esculturas
de Mario Irarrázabal, la construcción de un pabellón para instalar esculturas de
menor tamaño y el rediseño de los equipamientos existentes (áreas verdes,
multicanchas, senderos, juegos infantiles). En cualquier rincón de Chile un
proyecto así sería celebrado por la comunidad; pero en la Remodelación San
Borja no. ¿Por qué? Como en todo conflicto, las críticas leídas en la prensa van
desde las posturas más extremas (el parque no se debe tocar) a aquellas más
moderadas (que el proyecto se haga con respeto). Pero el problema de fondo es
la forma en que se efectuó la denominada «participación ciudadana» en el marco de
la elaboración del anteproyecto.
Es cierto que el parque San Borja, a pesar de lo que creen muchos de los
vecinos, no es un jardín secreto, un área verde privada, un bien colectivo, cuyos
propietarios son sólo los residentes de las torres aledañas; el parque es un
espacio público (le pertenece a todos los chilenos) y, como todo espacio
público, es administrado por la municipalidad. En este contexto, el municipio puede,
incluso, hacer en dicho parque cualquier proyecto relacionado con su destino de
uso: área verde –la verdad sea dicha, el municipio inclusive podría cambiar el
destino de uso del parque y convertirlo en cualquier cosa–. En Chile casi no
existe ninguna obligación de que un municipio efectúe procedimientos de
participación ciudadana para hacer algo así. Sin embargo, hoy los tiempos han
cambiado, la ciudadanía está empoderada y exige ciertos mínimos de intervención
en las decisiones de las autoridades. Lamentablemente, cuando se trata de
bienes públicos que la comunidad supone son bienes colectivos (privados), entra
la irracionalidad y todo se va a negro.
Racional es pensar en proteger los espacios cuando se ven amenazados
por proyectos que tendrán impactos ambientales negativos o perjuicios
manifiestos, pero parece absolutamente irracional convocar a proteger espacios donde
se diseñan proyectos cuyos beneficios son mayores que sus eventuales impactos en
las fases de construcción o implementación y que carecen de impactos negativos
en su fase de puesta en marcha. Entonces, por qué un grupo de vecinos se opone
al proyecto del «Museo Humano». Una causa es la desinformación que hace que
muchas personas crean que lo que se proyecta siempre es negativo su modo de
vida (siempre ha estado así, para qué lo van a cambiar); otra causa es la mala
información (el juego del teléfono) que anima a quienes creen que el parque es
su jardín secreto a difundir distintas falacias con tal de que lo que creen
propio no deje de serlo; otra causa son los dirigentes que no hacen su
verdadero trabajo: informarse bien y difundir a sus vecinos sobre los hechos.
Esto último, claro, si hubiese siempre buena intención. Luego están los que se
aprovechan de estas situaciones (los vendedores de chapitas a la salida del
estadio) y que casi siempre son personajes políticos que ven su oportunidad de
darse a conocer, salir en los medios y decir que están a favor de los ciudadanos.
En síntesis, un cajón de tomates con uno de ellos que estaba podrido.
¿Cómo se ha llegado a esto? El error está en la forma en que el
municipio ha llevado a cabo el proceso de participación ciudadana, con
información que no ha llegado a todos los vecinos, con una mala identificación
de actores, con indefinición del nivel de participación ciudadana que tendrá el
proyecto. Es el municipio el que propicia el proyecto, por lo cual es su
responsabilidad guiarlo en esta otra faceta que escapa a lo técnico y entra en lo
social. Y en lo comunitario, el municipio de Santiago parece estar en deuda,
máxime cuando ha hecho de ese modo de gestión un caballo de batalla.
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