lunes, 13 de agosto de 2012

Chile entre dos realidades paralelas


Cuando algunos advierten sobre el término de las movilizaciones estudiantiles y marchas ciudadanas en razón de la proximidad de las elecciones municipales, argumentando que los votos (a diferencia, a su juicio, de las manifestaciones sociales) definirán la dirección en la que el país quiere avanzar, se cometen yerros imposibles de no advertir. Sin duda es una mirada bastante miope respecto de lo que la sociedad (incluyendo en ella a quienes incluso desean estar fuera de ella) parece querer. En efecto, parecen haber realidades paralelas que no están en sintonía, no dialogan y no se conocen. Es que el divorcio entre un sistema político estático y cómodamente indiferente y una sociedad que avanza dinámicamente a pasos agigantados hacia una apertura cultural y social es, a ratos, mundos opuestos separados por un abismo.

Primeramente, es axiomático que los resultados de una elección municipal no determinarán en absoluto los lineamientos estratégicos que guiarán los destinos de Chile. Por una parte, la gente sabe que un alcalde poco y nada puede hacer frente a los temas país (léase salud, educación, medioambiente, economía, sistema político, etc.), por tanto no está en juego la dirección de desarrollo que el país quiere. Además, el cambio de la ley electoral, donde quien quiere vota, merma absolutamente la premisa en que todos somos iguales y que el voto es el único mecanismo para definir la representación del ‘pueblo’. Máxime, cuando es justamente el sistema electoral y su fórmula de representación lo que ha deslegitimado el sistema político: el sistema no hace que todos los sufragios valgan lo mismo.
En este contexto, cuando el estado de derecho construye una democracia poco y nada representativa ni participativa, se debilita y termina por sucumbir. De esta manera, mientras una realidad paralela demanda seguir un camino, la otra, la que tiene por mandato gestionar la soberanía, insiste en seguir otro diferente, incluso opuesto. La falta de percepción es tan grande que se ha perdido la capacidad de comprender que la sociedad no sólo no está representada desde el punto de vista electoral, sino además, los representantes gestionan justo lo contrario a lo que se quiere. Ahora, desde la ciudadanía tampoco se comprende, efectivamente, que la única alternativa –en el marco de nuestro estado de derecho (construido y administrado de espaldas a la ciudadanía)–  para efectuar un cambio radical que permita que las realidades paralelas se conozcan es a través de las urnas.
Las sociedades se construyen a partir de las manifestaciones culturales que los colectivos elaboran y exteriorizan. Dichas manifestaciones son dinámicas a partir de procesos de intercambio social, transculturación y aculturación y generan una estructura social que también es dinámica, aunque algo más rígidas que las manifestaciones culturales ya que supone la acción de llegar a acuerdos que se expresan en normas de convivencia. Esta estructura social, a su vez, desarrolla un sistema económico que comporta una división de las actividades productivas y, a partir de las relaciones de poder causadas por la estructura social construida se organiza un sistema político cuya máxima expresión es el estado de derecho.
En Chile, todo lo anterior ha sido impuesto: el sistema económico, la organización política e incluso, por derivación (y sin planificación real) una estructura social. Siendo así, es claro que, al menos, parte de la sociedad, los más conscientes, los que tienen claridad respecto de los síntomas, del diagnóstico y del pronóstico, parecen querer otras vías para desarrollar los cambios que permitan dirigir los destinos del país hacia otros derroteros. El problema es, entonces, cómo se hace para que quienes reconocen en el sistema político, económico y social del país una situación impuesta y, por tanto, inválida, modifiquen el sistema desde dentro. Es cómo pedirle al agnóstico que reniegue de Dios.
Cuando algunos advierten sobre el término de las movilizaciones estudiantiles y marchas ciudadanas argumentan que estos actos generan desigualdad al imponer –a veces– ciertos temas en la agenda en desmedro de otros. Es cierto. Sin embargo es justamente el mismo sistema el que promueve estas acciones. El lobby es un ejemplo, y en esta actividad si que existen desigualdades y poderes fácticos actuando. Los agnósticos del sistema no reconocen otra forma.

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