El que de los
casi tres millones de votos válidamente emitidos en la reciente elección
primaria, el 53% hayan sido para la ex presidenta ha sido explicado de diversas
formas, algunas peyorativas y otras eufóricas. La mayoría se centra en que
obtuviese el 73% de los votos al interior del pacto Nueva Mayoría y, como de
antemano se la daba por ganadora, la cifra casi carece de relevancia. Pero no
deja de ser sorprendente.
Es cierto que
las encuestas (tan vapuleadas y vilipendiadas últimamente) la daban por
ganadora, pero nadie, ni los más optimistas socialistas esperaban que arrasara.
Porque, seamos francos, eso fue lo que pasó: por paliza. Y con esta elección se
derrumban mitos, como el que el caso 27 F afectó su imagen, para que comentar el
avasallador triunfo de Bachelet en las zonas afectadas por el tsunami.
Pero qué
explica este fenómeno electoral. Algunos se aventuran a pronosticar un triunfo
en primera vuelta en noviembre; otros bajan el perfil y aseguran que cuando
Lagos ganó a Zaldívar en primarias, luego empató técnicamente con Lavín. Pero
eso no es comparable, tanto porque eran otros tiempos como porque no tenemos
una comparación de lo que hubiese ocurrido en una primaria de la Alianza con Lavín
compitiendo. El 27% de votos obtenidos por ambos candidatos de la derecha es el
único indicador real de lo que hoy piensa la ciudadanía que se expresó en las
urnas.
Muchos
indican que la expresión de quienes concurrieron a las mesas electorales el
domingo pasado son sólo partidarios y que cuando sea la elección general la
composición volverá a la clásica fracción de fifty fifty. Eso es muy relativo.
Habiendo votado más del 50% de electores que concurrieron para las anteriores elecciones
con modalidad voto voluntario, la premisa se relativiza mucho. De mis clases de
estadística recuerdo una máxima que indica que por más que agreguemos
individuos al universo, el resultado es casi el mismo. Por ejemplo, bastó con
saber lo que ocurría con el 20% de las mesas escrutadas para saber cuál era la
tendencia general. A medida que se fue ampliando la muestra (agregando individuos
al universo), los porcentajes variaron insignificativamente, excepto para las
competencias estrechas, como ocurrió con la Alianza. Pero eso es parte de la
representatividad de la muestra, cuestión que no vale la pena extenderse aquí.
Lo único
diferente para noviembre es la incorporación del resto de los candidatos y la
redistribución de los votos de los perdedores en esta vuelta. Pero Bachelet ya
tiene un piso de más de un millón y medio de votos. En el mejor escenario de
participación, si votasen los tradicionales 7 millones de chilenos que han tenido
las últimas 5 elecciones presidenciales, la ex mandataria tendría ya cerca del 25%
de los sufragios.
A Bachelet
nadie la para. Ni el tsunami, ni las descalificaciones. Lo único que puede
evitar su triunfo en noviembre es el trabajo de los candidatos que no
estuvieron en la papeleta del domingo pasado. Cuántos electores sean capaces de
convocar puede hacer que los votos no le den para una mayoría absoluta. La
polarización del resultado indica que ambos bloques tratarán de disputarse el
centro (liberal, social o como le llamen), que quedó huérfano y que se estima
es cercano al 20%. Excepto que se lo “roben” otros candidatos.
Pero en
segunda vuelta, claramente ya se conoce a la ganadora. Bachelet Non Stop.
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