Tras el sismo del domingo 25 de marzo pasado con epicentro al norte de Constitución han surgido dos polémicas distintas pero que tienen puntos en común. La primera, y más importante para efectos de la seguridad civil, se refiere a las ambigüedades con que los organismos técnicos encargados de las emergencias actuaron frente al movimiento telúrico, y la segunda, cuya discusión dialéctica es ociosa, se relaciona con si el sismo fue un terremoto o simplemente un “temblor fuerte”.
Partamos por esta última. Para la sismología, los estremecimientos del terreno generadas por las fuerzas internas del planeta y que se traducen en ondas vibratorias que son registradas por los sismógrafos se denominan sismos o seísmos, como se llaman en España. De ellos, las sacudidas de la superficie terrestre que son perceptibles se designan simplemente terremotos (earthquakes en inglés). Por tanto, incluso el sismo de la madrugada del sábado 24 de marzo con magnitud 5,2, según el Servicio Sismológico de la Universidad de Chile, fue un terremoto.
Sólo en Chile y otros países de América Latina (Perú, Colombia, Bolivia) utilizan el concepto “temblor” (efecto de agitarse con sacudidas de poca amplitud, rápidas y frecuentes, como cuando se tienen espasmos o escalofrío) para referirse a sismos de baja intensidad. En otros países latinoamericanos son más precisos y hablan de “temblores de tierra”. Pues bien, son simplemente denominaciones para especificar y diferenciar la intensidad del fenómeno. Siendo la intensidad un concepto relativo, esto es, un sismo puede tener cerca del epicentro una fuerte intensidad pero alejado de éste puede ser imperceptible a medida que las ondas sísmicas van perdiendo energía cinética, para un habitante de Constitución o de Talca, el movimiento telúrico del domingo fue un terremoto intensidad VIII en la escala de Mercalli, mientras que para un habitante de Coquimbo o de Ovalle, donde el sismo se percibió con una magnitud III en la escala de Mercalli, fue un “temblor”.
Enfrascado en una discusión bizantina, Matías del Río en el programa Medianoche, consultaba al alcalde de Constitución, Hugo Tillería, si calificaba de temblor o terremoto el sismo y luego insistía en por qué creía que era terremoto y no temblor. La insulsa anécdota se repitió cuando en el programa Buenos Días a Todos, Julián Elfenbein, volvía a consultar al geógrafo Marcelo Lagos sobre si había sido temblor o terremoto. La ambigua respuesta dejó abierta la duda sin zanjar el supuesto dilema. La respuesta era simple. Si en alguna parte se pudo percibir el movimiento sísmico, pues bien, fue terremoto. Luego se puede clasificar en un terremoto de baja, media o fuerte intensidad.
Estas vacilaciones e incertidumbres no tan solo son planteadas por negados periodistas y conductores televisivos sino que, peor aún, por pseudo técnicos que ocupan puestos públicos en entidades encargadas de las emergencias y seguridad civil en el país. Debido a ello, entre otras razones, se genera toda suerte de ambigüedades para definir una emergencia y gestionar los protocolos de seguridad, si es que estos protocolos existen y están bien definidos. La cosa debiese ser bien simple: si usted está en la costa y percibe un terremoto que le dificulte caminar o mantenerse en pie, o bien, que su duración sea muy larga (lo sienta por más de 45 segundos), sencillamente debe ir a zonas altas. Basta con ascender a unos 12 o 15 metros sobre el nivel del mar, esto es, como un edificio de 5 pisos. Las autoridades locales, que deben tener planes de emergencia sísmicas, debiesen ser los primeros en declara la alarma y llamar una evacuación y no esperar una comunicación desde la ONEMI central o regional; si es que las comunicaciones llegasen a funcionar.
Sólo un comentario más técnico. Para determinar el epicentro y la magnitud de un terremoto, se requieren al menos tres estaciones sismológicas relativamente alejadas del foco que registren la diferencia en tiempo entre el arribo de las ondas sísmicas longitudinales y transversales, lo que permite determinar la distancia al epicentro. Luego, por triangulación de las distancias de dichas estaciones al epicentro se determina el lugar superficial del foco. Finalmente, la amplitud más alta de las ondas registradas en los sismógrafos permite determinar la magnitud, según la distancia al epicentro. Este proceso demora algunos minutos tras el término del sismo. En Chile el proceso es semiautomático, esto es, los registros son mecánicos y la determinación de la magnitud es manual usando un nomograma, lo que retrasa varios minutos la información. A mayor cantidad de estaciones, más preciso es la información.
Esto explica por qué, mientras en Chile el Servicio Sismológico de la Universidad de Chile tarda unos cinco minutos en informar preliminarmente el epicentro y magnitud y unos 45 minutos en dar la información precisa, el servicio norteamericano tarda sólo tres a seis minutos en dar la información especifica: su sistema es automático.
Aún más. La información ya es tardía, pero el SHOA debe evaluar si el sismo ya calificado por sismología, puede o no generar un tsunami. Se evalúa la profundidad del hipocentro, la afectación del lecho o fondo marino y la magnitud del momento. Para ello se requieren otros cinco a diez minutos de análisis (suponiendo que siempre hay un experto analizando los datos en el SHOA.
Un tsunami puede llegar a la costa tras un terremoto, diez minutos después de ocurrido el sismo, por lo cual, la información debiese ser entregada a la población en un menor tiempo, al menos antes que llegue el tren de olas sísmicas.
En consecuencia: ¿es eficiente nuestro sistema de alerta temprana? Claramente no. Por suerte, la sabiduría popular hace que naturalmente la población evacue hacia tierras altas en la costa tras un terremoto de mayor intensidad. ¿Se imaginan si alguien espera la “voz oficial” desde Santiago? Ello, si es que hay energía para escuchar radio u otro medio de comunicación.
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